El discípulo debe adquirir la convicción de que la verdadera esencia del hombre reside en su interioridad, no en lo externo. Aquel que sólo se considere como resultado del mundo físico, no podrá progresar en el discipulado oculto, pues uno de los fundamentos de éste es sentirse un ser anímico-espiritual. El que desarrolle en sí mismo tal sentimiento, será capaz de distinguir entre la obligación interior y el éxito exterior; aprenderá a distinguir que uno no puede compararse directamente con el otro. El discípulo ha de encontrar el justo medio entre lo que le imponen las condiciones exteriores y lo que él mismo reconoce como lo correcto para su proceder. No debe tratar de persuadir a los demás de cosas para las que ellos no pueden tener la debida comprensión, pero también debe ceder a la tentación de amoldar su actuar a lo que ellos puedan aprobar. El consentimiento a sus verdades lo debe buscar únicamente en el estado de su propia alma sincera que aspira al conocimiento. Por otra parte, tiene que estar dispuesto a aprender de los demás todo cuanto le sea posible, a fin de sondear lo que sea lo útil y lo benéfico. De esta manera, desarrollará en sí mismo lo que la ciencia de lo oculto llama la "balanza espiritual". En uno de sus platillos se encuentra un "corazón abierto" a las necesidades del mundo; en otro, la "firmeza interior y la perseverancia inquebrantable".
LA INTERIORIDAD ESPIRITUAL.
La dimensión interior de la vida espiritual constituye una cuestión capital para nuestro tiempo. Vivimos en un mundo en el que el hombre se ve arrastrado hacia el exterior con una fuerza cada vez mayor, en el seno de un universo que se transforma bajo el dominio de las ciencias y de las técnicas, a través del aflujo de noticias que nos llegan de toda la tierra y de la agitación de los problemas económicos, sociales y políticos que reclaman nuestra atención. Por otra parte, no obstante, se constata en muchas personas una sed cada vez mayor de interioridad bajo la atracción de los valores espirituales. En consecuencia, se ha vuelto indispensable reflexionar sobre esta cuestión: ¿cómo concebir la interioridad propia de la vida espiritual en este mundo en el que estamos llamados a vivir y a obrar como cristianos? Esta investigación es tanto más necesaria por el hecho de que el vocabulario de la vida espiritual ha envejecido. Necesitamos restablecer el contacto con la realidad que hay detrás de las palabras para devolverles a éstas su vigor.